Ni más ni menos que 9 semanas son las que han
transcurrido después de esa primera molestia. Estaba siendo el mejor
entrenamiento de carrera a pie de la temporada. Los minutos pasaban a la
velocidad de los segundos: 15; 30; 45; 60… El que hubiese sido un ritmo
exigente en la fase más temprana de la pretemporada, estaba resultando
sorprendentemente cómodo. Ágil como una pantera. Pero por causas aún desconocidas
(o quizá solo descifrables para Iker Jiménez), y ya enfilando hacia la
codiciada ducha, un ligero dolor que apareció de la nada me obligó a parar.
Tanteo. Dolor. Tanteo. Dolor.
“No pasa nada”, pensé. Y seguí sin darle más importancia.
No sé si la decisión de continuar fue determinante
negativamente hablando, pero sí, el proceso de recuperación se me ha hecho muy
largo. 9 semanas son 63 días, 1512 horas, 90720 minutos… Una gran cantidad de
valioso tiempo… Además, a esa posible causa, hay que sumarle la participación
al duatlón del Prat un mes después, en el que inevitablemente corrimos rápido
(lo volvería a hacer…).
De todas formas, y visto ahora des de la perspectiva que
te ofrece el sofá y con ciertos toques de optimismo (valor que perdí durante el
periodo de la lesión) el dolor en el extremo inferior de la fascia lata, o más
comúnmente conocido como el síndrome de la cintilla del corredor, te da tregua
en la piscina y sobre las dos ruedas. Es decir, uno puede entrenar estando lesionado.
Así, a pesar de no haber podido entrenar a pie, sí he
podido acumular varios centenares de km en bici; disfrutando a veces de la
compañía (Richard, Carlos, Zanu, Alberto, Lluís…), o por lo contrario,
sufriendo a solas con el negro alquitrán.
En las sesiones de natación más de lo mismo.
Sea como fuere, lo más importante ahora es que: ME SIENTO
CORREDOR DE NUEVO.
Cámara y soporte: Núria Iturbe
1 comentario:
Som-hi, som-hi!!!
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